7.10.2006

BESAR GRATIS

Si bien durante la mayor parte del día es un lugar de tránsito y escala obligada para muchos, la Plaza Brión es lugar de encuentro. Hogar de predicadores evangélicos, de grabaciones de encuestas callejeras para programas de televisión. De indigentes, que se reúnen en las tardes para hacer inventario de las latas recolectadas durante el día.

Una plaza habitada por heladeros, mototaxistas, puestos de cotufas y algodón de azúcar, una pareja compuesta por madre e hijo, que parecen ser haitianos – y a toda hora están sentados en un banco como esperando algo-… y los Enamorados: nuestra razón de ser.

Sobre todo en la noche, y al cobijo de la seguridad que podrían ofrecer los dos módulos policiales cercanos, los bancos de la plaza son testigos de los placeres osculatorios a los que se entregan por igual, parejas de liceístas o estudiantes de algún instituto tecnológico, empleados de banco, o desempleados que no tienen más que el viaje en el ticket del metro para acudir al encuentro del ser amado.

Y es que en la Plaza Brión de Chacaito, besar es gratis.

Quizás, el salario de los que la visitan, solamente contempla un par de helados quincenales (de la feria de comida cercana) en el apartado de recreación. Lo cierto es que a estas alturas del tercer milenio, y probablemente sin saberlo, preservan una tradición de manoseo que ha enternecido y escandalizado nuestras plazas caraqueñas desde hace mucho.

Los encontramos entonces: a él recostado en el hombro de ella, en una especie de representación viviente (y por supuesto más alegre) de La Piedad de Miguel Ángel. Otros que hablan despacito sentados a horcajadas en el banco mientras se miran fijamente. Algunas; más vanidosas, se entregan a la higiénica labor de sacarle las espinillas al compañero que descansa en su regazo. Mientras que los más, y siguiendo en la onda plástica, disfrutan de los besos franceses, llamados popularmente “de lengua”, al mejor estilo de la escultura de Rodin, y llevando las manos hasta donde el alumbrado público lo permite.

Hagamos campaña por esta costumbre adolescente que deberíamos retomar de vez en cuando: disfrutar del placer del beso por sí mismo y no como antesala de algo. Negar la cotidianidad agresiva e insegura de la ciudad que nos rodea de buhoneros o manifestaciones de viejitos jubilados. Entreguémonos a la pausa que nos da la tibieza de la lengua de la pareja que tiembla en nuestros brazos, mientras a nuestro alrededor transcurre la vida. Ese es un placer que muchos hemos olvidado.