7.10.2006

DOLOR

Por qué nos resulta tan fácil asociar el dolor al amor o al placer? Es algo en lo que no pensamos a menudo, pero está allí, latente a nuestro alrededor, insuflando de vida la sangre que late en nuestras arterias, como dice el bolero.

Si repasamos el asunto con atención encontraremos Dolor a nuestro alrededor, no al cantante de “El Guajeo”, sino dolor puro y desgarrador. Desde el parto, en el que la madre convierte la barriga gigante, las piernas hinchadas y la espalda que no se aguanta en el preámbulo del más puro acto de amor, cuando da a luz; hasta el Jesucristo hollywoodense inmortalizado por Mel Gibson en la más gore y violenta de las películas cristianas de todos los tiempos.

Otros, muchos, quizás todos, en algún momento nos quedamos más pegados en una relación mientras más sufrimos, más nos sentimos amenazados, más nos bombardean el autoestima, y más hacemos el ridículo.

Algunos canalizan estas preferencias en el estilo llamado BDSM por sus siglas en inglés. Quizás más sinceros consigo mismos y con el mundo, están convencidos de que el placer obtenido gracias al dolor es más profundo y es el único con el que se puede llegar al verdadero nirvana sexual, en una especie de ying y yang que agrupa ambas caras de una moneda en un mismo acto, absoluto y ubicuo.

Latigazos, dominación en intercambio de papeles de am@ y esclav@, cuerpos amordazados y envueltos en envoplast (no entendemos con qué finalidad), quemaduras leves con cera de vela, encienden la llama sexual de est@s ciudadan@s, reconocibles en algunos casos por las marcas en las muñecas.

Será esta la única manera de obtener el verdadero placer y por lo tanto estar más cerca del amor verdadero y de Dios? Eran los mártires autoflagelados del cristianismo los precursores de estas preferencias sexuales retorcidas para algunos, y el descubrimiento de sus vidas para otros? Nuestra cultura occidental, predeterminada por la culpa, nos ha condicionado solamente a obtener el bienestar a través del dolor? Habría que pensarlo.