5.08.2007

BOLLITO SANO

Llegado el momento una vez al año, y en algunos casos de paranoia cada seis meses, nos disponemos a visitar el consultorio ginecológico de confianza, bien porque nos lo recomendó una amiga, porque es el que ha atendido a nuestra mamá toda la vida, o porque es la cuñada de nuestra prima y hay que ayudarla que está empezando.

Las cuitas comienzan en los días previos a la consulta. Hemos llegado hasta a escuchar a algún novio freak reclamarle a su pareja que se depile para asistir a la cita: para qué vas a arreglarte? Acaso vas a acostarte con él?. Con lo que la atónita joven ha corrido espantada por dos razones, primero para alejarse de ese loco, y segundo a depilarse, y completamente! No vaya a pensar el doctor que es una desaseada y descuidada.

Otras prefieren verse con una ginecóloga mujer. Otros exigen que su chica lo haga. Por aquello del pudor de abrirle las piernas a un desconocido, no va a andar uno pelando el culo por ahí de gratis, por eso en la playa, aunque el sostén del traje de baño sea una talla menos, lo que usamos es semi-hilo, que no es tan vulgar.

Y bueno, pedimos el permiso en la oficina, o vamos después de la universidad. Nuestra mamá recomendaría que nos llevemos una ropa interior nueva, decentica sin llegar a ser cuello de tortuga. Igual para qué? desnudas debajo de la bata azul de papel no hay manera de verse indecentes, y menos en un momento tan gris como un examen médico.

En la recepción del consultorio a veces hay más pacientes. La señora que atiende, anónima desde su escritorio las va pasando en orden, mientras bromea con el muchacho que vino a traerle la impresora nueva al doctor: por eso es que te dicen mala pascua, eres un nube negra!. Y con un gesto detiene al visitador médico que con la excusa de que son cinco minuticos, pretende colearse delante de seis mujeres que esperan inquietas el momento de su encuentro con el estado de salud de su femineidad. Unas leen revistas del año 92. Otras hablan bajito con la amiga que vino a acompañarlas. Algunas se aíslan con algún jueguito del celular, o protegidas por la barrera musical de los audífonos del Ipod, que siempre hace tan buena compañía. Y desde cualquier canción observan las uñas mal arregladas de la que está al lado o a la recepcionista que pestañea sospechosamente intentando conquistar al de la impresora, mientras emite una carcajada muda, que va perfecta con el ritmo de la canción de Juanes.

El doctor se asoma a la puerta del consultorio: la siguiente!. Y llega el momento de entrar. Después de la breve conversación en la que ambos se ponen al día, sobre afecciones y nuevos remedios para curarlas y repasan la historia clínica de la paciente, hay que entrar al baño, casi siempre microscópico, en el que se sustituye la ropa de la calle y de la vida real, por la bata de papel, con la abertura hacia atrás por favor.

He ahí la camilla, más bien corta, como para que quepa solamente el torso. Acompañada de estos brazos móviles de metal terminados en aros, donde se ponen los pies en una postura que algunos llamarían de pollo en brasas, pero que si no es por los materiales y el brillito, parece más bien uno de los instrumentos de tortura con los que ajusticiaban a las brujas de la Inquisición.

Ya acostada en este estado de indefensión, la paciente mira al techo, para evitar mirar al doctor que arma el espéculo. Solamente escucha el sonido de las hojas de metal que se golpean entre si, tenaceando, mientras el doctor atornilla algo, abre y cierra gavetas, camina, se pone los guantes con ese ruido de la goma que se estira y pega contra la piel. Se echa algo, algún gel de un envase al que le queda poco porque suena brbrbrbrbrbrbrbr…. Y se sienta frente a la mujer expuesta. Y comienza el examen, ayudado por su inseparable espéculo, que le permite ver mejor y alcanzar la zona precisa en la que raspa para tomar la muestra de la citología. La muchacha respira. El doctor retira el espéculo y procede al tacto, tan temido por los novios celosos antes mencionados.

El examen termina: el cuellito se deja tocar muy bien, tienes tu bollito sano. Como si con esos diminutivos se le quitara un poco la cara de revólver a un asunto que es bastante serio. Pero bueno, la chica respira aliviada y se va, orgullosa de su cuellito uterino y de su bollito saludable.

3 Comments:

Blogger Chezzare said...

sorprendente, la perspectiva femenina es algo que ni siquiera nos tomamos la molestia de considerar.

buen comentario

11:13 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Casilda Rodrigañez escribiò sobre la recuperaciòn del saber uterino, el cual las mujeres parcialmente "perdieron" cuando -segùn Barbara Ehrenreich- hubo una confabulaciòn històrica entre religion antigua/ciencia moderna, donde que el saber transmitido de mujer a mujer (sobre todo, sobre su salud femenina) fue abortado; tal transiciòn ocurriò en la època de la llamada "cacerìa de brujas", la que màs bien fue una persecuciòn de mujeres libres y autonomas -entre ellas, muchas comadronas y yerbateras-. No en vano, la definiciòn patriarcal de "Bruja" es: "mujer que tiene un saber que le otorga una poder sobre sì y sobre su entorno" (segùn Marcela Lagarde).
Morocho

9:00 a. m.  
Blogger Lorena Padilla said...

¡Ay amiga amé tu post sobre la visita al ginecólogo!
Escribe más pues, que me muero de la risa y me encantan. ¿Ves? tengo que avanzar con Martínez y estoy picadaza con la lectura de tu blog! Besos

1:44 p. m.  

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