2.23.2007

HIJOS DEL MALTRATO II

No hablaremos aquí, como se presumiría por el título, de los niños, niñas y adolescentes, víctimas de la violencia doméstica, de las peleas a grito pelado, con su respectiva sesión de platos rotos, y llamadas a la policía con cauciones, fiscales del Ministerio Público, y todas sus adyacencias judiciales. O de los más, pobrecitos, que han sufrido quemaduras de planchas, o les han caído a correazo limpio por portarse mal. Tampoco de los altos índices de crímenes pasionales y del abuso contra la mujer que asustan en los noticieros de las once.

No hablaremos de ellos no porque estos lamentables episodios no merezcan, con el debido respeto y consideración a cada uno de los casos, ser registrados y denunciados. Preferimos omitirlos en esta oportunidad simplemente porque este espacio es más bien para comentar sobre relaciones, sobre las mujeres y los hombres que pueblan nuestras ciudades, sobre nosotros los que creemos que vivir en pareja es mejor.

Por eso nos interesa más el maltrato con consentimiento. Las relaciones tóxicas en las que nos metemos, con la firme creencia de que el amor siempre va acompañado por el dolor.

Y es que la verdad, nos encontramos un poco hasta la coronilla de pasarles la mano por la cabeza y consolar a todos nuestr@s amig@s que son tratados como trapos por sus respectivas parejas. Toda la gente valiosa que anda por ahí, asesinando a conciencia y con permiso su propia autoestima, dejándose vejar por algun@ que en otro momento, pasará de victimario a víctima, porque la vida siempre cobra.

Es que parece aprendido de un manualito el mismo sonsonete: yo no soy nadie sin fulan@, no puede dejarme así, está confundid@ pero me quiere y al final volverá conmigo! Él/ ella es el hombre/ mujer de mi vida!

Mientras escucho; yo me pregunto cómo es que esta gran mujer, o este gran hombre, sin vicios conocidos, buena gente, con los pequeños defectos que hacen más interesante a la gente común, y con las virtudes que los convierten en extraordinari@s: parejas leales y constantes, trabajadores(as), inteligentes, con ganas de aprender, saludables, sexys, bien parecid@s, y con futuros promisorios, pueden sufrir tan a gusto estas situaciones de burla y afrenta al amor propio, y se atreven a preguntarse temerosos: ¿será que no soy suficiente para él/ella?

Porque así es la vida. Así nacimos y fuimos educados. Hay algo de goce divino en el sufrimiento, y por eso buscamos provocarlo o padecerlo en todo su esplendor.

Si no es así, quisiera conocer ya! al o la primera que después de mostrar su mejor lado, de esforzarse por ser mejor (“being kind” pues), dulce y buena gente con ese/esa que promete ser la pareja de su vida, o por lo menos su compañer@ por un rato, no ha salido con las tablas en la cabeza, y sin haber cometido otra falta que no sea la de: “eres demasiado buen@ para mi, tú mereces algo mejor”.

¿Cuál sería la lección a aprender aquí?

La que muchos aplican es la de comportarse como un demonio a partir de ese momento en adelante. Pasando a ser los victimarios de otros, pobres, que aún no han aprendido las duras lecciones de la vida y las relaciones. Y por algo que tiene que ver quizás con nuestros instintos básicos, o con nuestra cultura judío-cristiana, tienen mucho éxito!… mientras más maltratan a la pareja, más la tienen comiendo de la mano.

Yo me niego a comportarme así. Me niego a aprender la lección. Por lo menos espero conservar la libertad para perpetuar mi elección de ser buena gente. A pesar de tantos malucos que hay por ahí, que solamente al ser despreciados demuestran algún interés.

Me niego también a que no se me de el valor que merezco, consciente además de que, no aprender la lección del maltratado/maltratador, me convierte en incomprendida, por no decir en raro espécimen.

Aunque… bueno, seguiré siendo el hombro en el que lloran mis amigas y amigos, mientras se preguntan que les faltó por hacer: …Y yo que creía que era tan buena persona, pareja ardiente e imaginativa, compañer@ leal, comprometid@… por lo visto eso no era suficiente… ¿ahora que va a ser de mi vida sin él/ella?