7.10.2006

EL CREMONÉS

Corre el año 1558 en Padua, bulle en aquella ciudad toda la energía innovadora del Renacimiento. Hablemos de Doña Inés de Torremolinos, viuda rica, que animada por su devoción al Todopoderoso, sirve de mecenas para la investigación científica. Estos estudios son llevados a cabo en este caso, por Mateo Renaldo Colón, ilustre descubridor del clítoris (de su benefactora?): un cuerpecillo carnoso eréctil bautizado por él como “el placer o la dulzura de Venus”.

Mateo Colón es rebatido años más tarde por Gabriel Fallopio, también italiano, quien se adjudica el descubrimiento, muy a la usanza de una época en las que todos querían escribir su nombre en la historia como descubridores de algo.

Y es así como fue descubierto el Placer de Venus. Punto de convergencia nerviosa, agujero negro espacial que guarda el secreto del placer femenino. Disputado entre italianos, apenas nombrado como un pequeño montículo en nuestros diccionarios, condenado a la mutilación durante siglos en varias culturas, por ser causante de pecados y variados desórdenes mentales como lujuria, lesbianismo o peor… autosatisfacción!.

Y corre el año 2006. Muchos tiempo ha pasado desde la disputa entre los italianos. Tantos adelantos y tanta liberación, que dejaron atrás episodios de violación de los Derechos Humanos, como las mutilaciones arriba mencionadas. Mucho desenfreno y experimentación, mucha sensualidad y sexualidad poblando las vallas, los empaques de cualquier producto y los canales de televisión, pero… saben los hombres como utilizar ese lugar del cuerpo femenino? O, mejor aún: Saben las mujeres como aprovecharlo en cualquier ocasión, aparte del momento a solas del placer digital? Saben pedir o enseñar a sus parej@s qué es lo que les gusta?

Creemos que no.

Timidez, teorías freudianas, flojera o costumbre han privilegiado la penetración y la estimulación vaginal a lo largo del tiempo; teniendo como resultado miles y miles de mujeres insatisfechas que le gritan al muchacho de la carnicería, o que tocan corneta desesperadas cuando el semáforo cambia a verde. Ese no es legado que Doña Inés y Mateo Colón hubiesen querido dejar a la humanidad.