9.14.2006

CAMBIO DE LOCACIÓN

Escribo por algunas semanas desde la Ciudad de México. Las más grande del mundo, capaz de albergar a toda, léase bien, TODA la población de Venezuela. 26 millones de habitantes, nada menos.

Sin embargo, a pesar de sus megadimensiones, no deja de ser familiar. El caos, el tráfico imposible y los buhoneros en las salidas del Metro son muy similares a los caraqueños. El “plantón” izquierdoso de López Obrador se parece con todo y sus carpas al sitio que protagonizaron algunos militares de oposición en nuestra Plaza Francia hace unos años, con la diferencia de que aquí todavía no hay muertos ni bombazos de lacrimógenas.

Será por la altura (o por la polución) pero los mexicanos son más bien tranquilos y corteses, en contraste con nuestra “agresividad” caribeña. Los hombres, chaparritos en promedio, son extrañamente caballerosos. Y aquí es donde cualquiera diría: Y a esta quién la entiende?, pero lo cierto es que es particularmente interesante la manera en que te ofrecen la mano para bajarte del autobús o te ceden el puesto. Lo más raro, es como en algunos casos, demuestran cierta incomodidad si caminas al lado o delante de un hombre, así que, según entiendo, hay que caminar un poquito detrás…

Lo cierto es que se vive como una atmósfera de protección hacia el género femenino, llena de caballerosidad y rancheras clavapuñales por el amor de una güerita.

Y es además esa actitud la que convierte al hombre en el proveedor exclusivo y a su pareja en ama de casa ejemplar, anulando carreras universitarias y maestrías.

Pero insisto, es sospechoso. En el metro, los vagones están divididos para separar mujeres de hombres, previniendo abusos y manoseos en las horas pico. Los hombres hablan con orgullo de lo “canijos” (montacachos) que han sido, frente a sus esposas; madres abnegadas, que se hacen las que no oyeron.

Y yo, por supuesto me siento rara al ser tan maravillosamente atendida. No entiendo todavía si hay intenciones de baboseo detrás, o es simplemente cuestión de idiosincrasia. O será que ya me acostumbré a la descortesía que nos caracteriza?

Lo cierto es que cuando anuncié mi viaje, todas mis amigas casaderas entornaron los ojos diciendo: te va a encantar! Los mexicanos son tan caballerosos!