8.19.2006

LA INVASIÓN DE LOS USURPADORES DE CUERPOS

A todas las mujeres les entra un sustico al llegar a los treinta. Los compruebo día a día en un censo personal que realizo disciplinadamente al deambular por Caracas: Entre ocho y doce embarazadas demacradas, equilibrando sus kilos de más, se cruzan en mi camino de unas dos horas, entre ir y venir de mis obligaciones cotidianas. No quiero ni pensar cuántas contaría si estuviese más tiempo en la calle.

El sustico es para ambos sexos, además. Pues a una cierta edad a los hombres se les mete en la cabeza la idea de que tienen que preñar a su pareja, en una especie de marcaje de territorio que consolidaría la relación.

Creo que muchos se lo toman más a la ligera de lo que deberían, y luego se encuentran con las consecuencias. Dice un colega cineasta a punto de ser padre primerizo, que un hijo, como el dedicarse al cine en Latinoamérica, es una renuncia.

La verdad no quisiera estar en sus zapatos. Todavía espero que el llamado de la maternidad grite insistentemente en mis oídos. Y admiro profundamente a mis amigas que sueñan con tener un muchachito debajo del brazo, cada vez que en la farmacia, ven un teterito rosado en el mismo mostrador de los condones.

Quizás un hijo es una renuncia, algo a lo que se tiene que llegar preparado y consciente. La única relación que es de verdad para toda la vida.

Quien sabe si ese que te quiere preñar, porque le parece divertido tener un guaricho contigo, no se va a espantar cuando a los ocho meses tengas la barriga agrietada, con algo que se mueve adentro en el mejor estilo de Alien. Ni hablar de las presiones de la familia: yo quiero un nietecito! Tranquila, yo te lo ayudo a cuidar.

El panorama en Internet no es más alentador, toda la red está llena de páginas que indican que los hijos hay que tenerlos entre los 20 y los 30, como una especie de mandato constitucional, porque si no, eres una especie de delincuente o paria.

Quizás es la época del año. Todas las mujeres están viendo las consecuencias de sus rumbas de diciembre. Lo cierto es que se respira un aire prenatal, que en sus caras parece más la versión caraqueña de aquella película llamada “La invasión de los usurpadores de cuerpos”.