3.28.2007

BANDAS SONORAS

Me confieso una persona poco auditiva. Puede sonar interminablemente la misma emisora en la radio del carro, que ni cuenta me doy. De hecho, me pone un poco nerviosa la gente que las cambia compulsivamente, no terminan de escuchar una canción para buscar otra, y lo peor de todo, es que si se quedan quietos cuando empieza a hablar el locutor en una presentación publicitaria de desrices lisolin, el alisado japonés.

Tampoco por ejemplo, y esto es una opinión muy personal, encontraría utilidad en mi vida a un Ipod de 15.000 canciones: ¿De dónde las voy a sacar? ¿Tendré tiempo suficiente para escucharlas todas? ¿No habré hecho un gasto innecesario solamente por el esnobismo de tener el Ipod más enhierrado? ¿se verá muy mal que llene este espacio libre que me queda con los grandes éxitos de La Tigresa de Oriente?

Sin embargo, reconozco la utilidad de la música en nuestras vidas. No podría vivir sin su compañía, aunque como ya mencioné, no soy tan exigente. Es por eso que me ha dado por pensar en cuáles serían las bandas sonoras más apropiadas para ciertas situaciones y personajes, pues inevitablemente, al escuchar alguna canción nos remontamos a algún recuerdo de algo o de alguien.

En algunos casos, el maridaje entre canción o estilo musical y persona/ situación ocurre accidentalmente. En otros, es impuesto por el lugar en el que estamos… como el Kenny G que mencionamos en la entrega anterior. Pero siempre están relacionados, la canción te traslada a un lugar o la persona combina con una melodía.

Por ejemplo, si para seducirme, alguien me hace escuchar alguno de los últimos hits de Los Diablitos, inevitablemente voy a pensar que nuestro primer y romántico beso será en el último asiento de una buseta Valle-Coche Directo vía autopista, de las que tienen carteles negros con letras anaranjadas. Un surfista probablemente pondría oportunamente un reggae, quizás suavecito, y no habría contradicción, pues siempre está asociado a la playa y eso es bueno.

Para levantarse, por ejemplo, me parece súper apropiada la música llanera. No la escucharía en otro momento del día, que en algunos casos cuando avanza, más bien merece mantras de esos que ponen en las clases de yoga.

Para estar con un negro, de esos bien resueltos, que también tienen su encanto, habría que escuchar hip-hop… puede sonar a lugar común, pero es la imagen que nos ha metido la modernidad en el inconsciente. Para estos casos, van bien también, tambores de nuestras costas, y para refinar un poco lo del hip-hop, podríamos escuchar un rap de esos europeos, de Assasin o NTM.

Con los ejecutivos prósperos van más bien, lo que llaman clásicos de los ochenta. Esa lista incluye REM, Aerosmith y en algunos casos Guns n´ Roses, con menciones nostálgicas a los shortcitos del vocalista y la tumusa del guitarrista. Algunos también se asocian con Pink Floyd, que es maravilloso, pero en lo personal no encuentro nada más anti-líbido que The Wall.
Por otro lado, encontramos a los jóvenes buena gente. Esos te dedican canciones de Chichi Peralta mientras las bailan contigo. Bastante común y dentro de la norma, quizás un indicio de lo que vendrá después (ojalá no).

En cuanto al house y la movida electrónica, como dice Toledano, no puedo comentar mucho. En mi caso es más bien para bailarla en ocasiones específicas, que para acompañar otros momentos de la vida. Acompañar una velada romántica con trance, se me hace un poco sicótico.

Me parece más apropiado escuchar a Chet Baker o a Billie Holliday, que con su voz tan tosca es mi preferida. Es otro lugar común en mi inconsciente, pero con gente que haga esa música, no hay que pensar en más nada que en besar al que tengas enfrente.

Por último, además de los buenos conversadores, no encuentro nada más seductor que alguien que sepa bailar bien, sobre todo los estilos musicales en los que la percusión tiene una presencia importante. Creo sinceramente que los que dominen la salsa, la samba o cualquier otro ritmo de estos tropicalientes, ya tienen la mitad del camino ganado.

3.18.2007

EL AYUDANTE DE SANTA

En una especie de analogía metafísica, tan Lobsang Rampa, me siento flotar sobre el restaurant, todavía unida a mi cuerpo, no sé si por un cordón de plata o por simple mecatillo. Allá abajo está mi osamenta, observando con fingida atención al personaje que me acompaña. Me acerco, para chequearme la cara y el gesto, la verdad estoy un poco despeinada y ojerosa, pero para tan aburrido episodio, daría lo mismo que tuviese una semana sin pasar por la ducha.

Todo comenzó bien. El lugar en donde estamos es agradable. La música se escucha en un volumen tan adecuado, que hasta hace que Kenny G deje de ser pavoso (pavosísimo). La comida es impecable, no se podría pedir menos. Pero la verdad, hace un buen rato que dejé de escuchar a mi interlocutor y pasé al estado de hibernación en el que, como “Ayudante de Santa”, el perrito de los Simpsons, cuando después de tanto entrenamiento, todavía no lograba entender órdenes ni comportarse adecuadamente en la casa de la familia, escucho puro blablablablabla.

Entre tanto, me pregunto si este hombre, con este discurso manido, pretende llegar más allá conmigo y además cree que puede lograrlo. Encadenado en una perorata casi presidencialista, me cuenta y me cuenta… blablablablablablablabla… yo, desde tan lejos que estoy, haciendo una lista mental de las cosas que tengo que comprar mañana en el supermercado, (y ¡ojo! No olvidarme de pagar la electricidad, que esos si son implacables para cortarla) me abro paso entre esta maraña de información adornada, sobre si mismo, sobre lo simpático que es, lo compresivo que ha sido con sus novias, con sus ex novias, y la secretaria de su papá de toda la vida (es como una madre para él) y la lindísima relación que tiene con Érika de la Vega, que es su pana del alma.

Este comentario logra regresarme a tierra por breves segundos. Es cuando mi acompañante comienza a enumerar una larga lista de amistades o conocidas del precario star system nacional, en una especie de glosario de personajes de la columna de Chepa Candela. A algunos, ni los he escuchado nombrar, pero este muchacho sabe más de la farándula que el propio Roland Carreño, convencido de que con amistades de tanto brillo, de repente se le pega algo y logrará engatusarme de alguna manera.

Luego, en un intento de mostrar su amplísima cultura, me pregunta si me leí el libro del monje que vendió su Ferrari. Seguramente está decepcionado porque aparte de leer el título en los animes de los vendedores de la autopista, no sé ni de qué se trata. Es que los libros de autoayuda no son mi fuerte, ahora más bien estoy en la etapa Pamuk, porque se acaba de ganar el Nóbel. Ah! Claro! El Nóbel de la Paz… No, el de literatura, es un novelista turco. Pues yo ni siquiera pude leerme completa Doña Bárbara en bachillerato, responde él… levito nuevamente, y me veo la sonrisa de quinta finalista mientras blablablablablabla: a mi la verdad, también me gusta el cine, pero Pequeña Miss Sunshine no la entendí, me gustó más Happy Feet, que fui a verla con mi sobrinita… quieres ver la foto? La tengo aquí en la billetera.

Ya me quiero ir a mi casa. Afortunadamente traen el postre, que no dudo en devorar. Un rato tan absurdo merece tal cantidad de calorías … Blablablablabla, como si yo no supiera ya, que tiene esposa y muchachito en la casa. Quién te dijo eso? Yo estoy separado… uff!, hace tiempo. Me las llevo súper bien con ella, pero se acabó el amor. Si, eso pasa, le contesto, feliz porque traen la cuenta y ya podemos irnos.

El parquero trae el carro. Había tenido que volver a unirme con mi cuerpo, las escaleras estrechas y empinadas para salir del restaurante, merecían un esfuerzo mínimo de motricidad.

En un último intento de impresionarme, me comenta que esta es nuestra última salida en este carro, la semana que viene le entregan su camionetota. Yo definitivamente creo que es la última salida en este carro, mientras él en un gesto romántico, busca en el Ipod, una canción de Christian Castro que quiere dedicarme.

Yo la verdad, no sé si decirle que Christian Castro me parece más pavoso que Kenny G. Menos mal que ya casi llegamos a mi casa.