1.31.2007

HIJOS DEL MALTRATO I: De Doctor House y los reguetoneros

Greg House me tiene enloquecida. Me confieso adicta a la pizarrita blanca del diagnóstico diferencial, en la que anota los síntomas para descubrir las enfermedades rarísimas que aquejan a sus pacientes. Adicta al frasquito de pastillas de vicodin que se guarda en el bolsillo, al bastón con el que apoya la pata coja. El mismo con el que también mantiene abierta la puerta del ascensor o golpea a los pobres doctores que tiene a su cargo. Adicta a su ironía, a los diálogos brillantes que le escriben los guionistas, a la barbita rala de tres días sin afeitarse. A las bromas pesadas que le gasta a su mejor amigo. A su egoísmo y su incapacidad para amar. A la relación disfuncional que mantiene con las tres protagonistas femeninas de la serie: con su jefa buenota que le tiene ganas, y que siempre al final le alcahuetea lo que hace. Con Cameron, su pupila experta en alergias, más buena que el pan, y que pretende que puede cambiarlo y convertirlo en un buen hombre y; su ex, que en un regreso inesperado, sucumbe ante los encantos (¿?) de House y pone en franco peligro su actual matrimonio con un lisiado (otro más).

Soy adicta. Adicta. Adicta.

Y por lo visto, todos somos adictos a los atropellos. Este personaje fue premiado con un Globo de Oro al mejor actor por ser un amigo abusador, jefe déspota, y profesional irresponsable, que llega tarde, le huye al trabajo (y a sus pacientes). El jamás médico abnegado que ejerce a plenitud el juramento de Hipócrates, House, es lo que llamarían algunos, un perfecto HP que tiene cautivas frente al televisor a los espectadores de todo el mundo.

Así somos. Masoquistas por naturaleza, hij@s del maltrato sin jamás reconocerlo sino a través de dispositivos encubridores como nuestra afinidad con esta serie de televisión, o con un inocente bailecito de reguetón.

Y vuelve a aparecer la famosa musiquita, antes mencionada en alguna de nuestras entregas. Si, también se vuelve tema recurrente. Porque de alguna manera el gringo House con sus claros ojos pelados y Daddy Yankee, causan los mismos efectos en las audiencias.

Ambos son desconsiderados, molestos y nos tratan con desprecio. Sin embargo estamos allí, pendientes de verlos o escucharlos: nos trasnochamos viendo todos los capítulos de las temporadas en DVD que nos compramos en los extintos buhoneros de la Plaza Diego Ibarra. O toleramos que en ese lugar, en el que cada trago cuesta veinte mil bolos, y discriminan a los feitos color malandro en la puerta, Tego Calderón o Don Omar invadan a grito pelado con su reguetón, nuestros oídos y nuestras interesantes conversaciones, casi obligándonos a correr a sandunguear en la pista de baile.

Las damitas más decentes de nuestra Caracas, las del Mater o del Caniguá, que van directo luego a estudiar Comunicación en la Católica (cuando menos), porque en realidad se quieren meter a “altistas”, se menean tan enloquecidas (como yo viendo la serie), cuando uno de estos cantantes les ofrecen meterles mano durante la melodía: bailando la toqué, y ella se dejó… cuando hablan de nosotras como interesadas gasolineras, o de “Quemonas”, coreados alguna mami poltorriqueña que con una voz dudosamente aguda y falsos gemidos de peli porno, les contesta: metelo papi metelo!

¿Permitirían estas chicas que algún joven galán les hablase así como canta Calle 13? Que me diga la primera que se subió la minifalda hasta la espalda, en cuanto el partidazo de la Merú con quien sale, se lo pidió. Pero… ¿a que tod@s nos sabemos la canción de memoria?. No podemos quejarnos de ser consideradas objetos sexuales, o de que la publicidad vende cualquier cosa a costa de mostrar un par de tetas, cuando tenemos más de un GB del Ipod lleno de los últimos éxitos reguetoneros.

Esto podría ser visto de dos maneras… somos tod@s un@s masoquistas encubiertos, o estas son las vías con las que hacemos catarsis a nuestra afición humana por el sufrimiento. Lamentablemente, me inclino a pensar en la primera opción. Bien dice House que en el cerebro, el punto neurológico que identifica el dolor y la felicidad es el mismo… será por eso que tendemos a confundirlos.

1.07.2007

MANIQUÍES BIEN RESUELTAS

¿Quien no recuerda el boulevard de Sabana Grande hace apenas diez años? Un espacio para pasear y ver tiendas, bastante distante del intransitable y gigantesco mercado de contrabando e indigencia que es hoy en día. Sin embargo, en los primeros días de enero, cuando los buhoneros toman sus vacaciones (es que ellos también necesitan su merecido descanso), el boulevard vuelve a ser, por breves instantes, el remanso de esparcimiento para el que fue creado.

Los caraqueños sin embargo, no aprovechamos la oportunidad de estos días “buhoneros-free” para caminar las calles. Acostumbrados a tanta reja, y alcabala, ahora somos agorafóbicos, y ante el pavor que nos inunda de que algún recogelatas loco, nos quiera pegar porque no le dimos cien bolos… huimos despavoridos de los espacios abiertos, y corremos a refugiarnos en un centro comercial, repleto de la más variada fauna, que sin embargo, casi por completo tiene una característica en común: no tiene bolsas en la mano, por lo tanto no está comprando nada.

Ya en el centro comercial, el Sambil, por ejemplo, que es bastante emblemático, nos damos cuenta que la misma ropa que venden los buhoneros, que estos días están de vacaciones, está en los negocios, a precios considerablemente mayores.

Pero lo más interesante de las tiendas que visitamos en el centro comercial, es que se adaptan tanto al gusto venezolano, que nos sorprendieron cuando notamos los prominentes bustos de los maniquíes que adornaban las vitrinas de ropa femenina. Como si de una sex-shop se tratase, estas muñecas de talla 38-C (como mínimo), exhiben con orgullo las prendas que las caraqueñas vestiremos en el 2007, y rellenaremos con nuestros respectivos 500cc de silicona, tan inmóvil y turgente como el torso de las esculturas perfectas de las tiendas. Cabe destacar que los bustos de los maniquíes se van desinflando más y más, mientras más cara y exclusiva es la tienda, como una señal quizás, de que la voluptuosidad no está hermanada con la elegancia. ¿Será que existe un molde de maniquíes tetonas solamente para el mercado venezolano?, ¿Hasta cuando tendremos el pecho henchido, no de orgullo y alta autoestima, sino del plástico quieto que pretendemos nos ayuda a lograr las demás cosas materiales a las que aspiramos, chuleándonos a un tipo?